En esta segunda aportación al maravilloso y derrochador mundo de la etimología ficticia de las palabras nos encontramos con un término que en el momento que la palabra sale suavemente de la boca, cual rayo de luz al amanecer, se siente una sensación de pomposidad y ventosidad sólo comparable a la situación en la que uno se encuentra cuando se libra de un peso (muy) pesado en la soledad del habitáculo del Señor Roca. ¿Y cuál es esa palabra? os preguntaréis avezados lectores.
La palabra en cuestión es sinergias. Esta acepción de la palabra proviene de la antigua época bizantina, donde un acaudalado hombre de negocios, llamado Sinergio, juntaba siempre la mermelada con la mantequilla en la hora del desayuno. Hay que tener en cuenta, avezado lector, que la Historia (con H mayúscula) la idea de juntar dos entes diferentes para conseguir un bien común era algo que todavía no se estilaba demasiado (en este caso por el bien (buen) común del paladar).
La fama de este hombre empezó a correr como la polvora, primero por su poblado, luego por su región, para terminar después por tierras más lejanas. Cada vez que un atrevido ser humando intentaba con todas sus ganas unir dos cualidades tan diferentes unas de otras, pero siempre pensando en un fin único, se decía la siguiente frase: 'Por el poder de Sinergio, juntemos nuestra esencia de la vida, oh Dioses que todo lo podéis!'. De ahí salió la famosa palabra.
martes, septiembre 26, 2006
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